6 ene 2016

"Las cimas de la desesperación"





"Ignoro totalmente por qué hay que hacer algo en esta vida, por qué debemos tener amigos y aspiraciones, esperanzas y sueños. ¿No sería mil veces preferible retirarse del mundo, lejos de todo lo que engendra su tumulto y sus complicaciones?Renunciaríamos así a la cultura y a las ambiciones, perderíamos todo sin obtener nada a cambio; pero ¿qué se puede obtener en este mundo? Para algunos, ninguna ganancia es importante, pues son irremediablemente desgraciados y están irremisiblemente solos. ¡Nos hallamos todos tan cerrados los unos respecto a los otros! Incluso abiertos hasta el punto de recibirlo todo de los demás o de leer en las profundidades del alma, ¿en qué medida seríamos capaces de dilucidar nuestro destino? Solos en la vida, nos preguntamos si la soledad de la agonía no es el símbolo mismo de la existencia humana. Querer vivir y morir en sociedad es una debilidad lamentable: ¿acaso existe consuelo posible en la última hora? Es preferible morir solo y abandonado, sin afectación ni gestos inútiles. Quienes en plena agonía se dominan y se imponen actitudes destinadas a causar impresión me repugnan. Las lágrimas sólo son ardientes en la soledad. Todos aquellos que desean rodearse de amigos en la hora de la muerte lo hacen por temor e incapacidad de afrontar su instante supremo. Intentan, en el momento esencial, olvidar su propia muerte. ¿Por qué no se arman de heroísmo y echan el cerrojo a su puerta para soportar esas temibles sensaciones con unalucidez y un espanto ilimitados? (...)"

Emil M. Cioran - En "Las cimas de la desesperación"



Antonio Gramsci “Odio el Año Nuevo”

Cada mañana, cuando me despierto otra vez bajo el manto del cielo, siento que es para mí año nuevo. De ahí que odie esos Años Nuevos de fecha fija que convierten la vida y el espíritu humano en un asunto comercial con sus consumos y su balance y previsión de gastos e ingresos de la vieja y nueva gestión. Estos balances hacen perder el sentido de continuidad de la vida y del espíritu. Se acaba creyendo que de verdad entre un año y otro hay una solución de continuidad y que empieza una nueva historia, y se hacen buenos propósitos y se lamentan los despropósitos, etc., etc. Es un mal propio de las fechas. Dicen que la cronología es la osamenta de la historia; puede ser. Pero también conviene reconocer que son cuatro o cinco las fechas fundamentales, que toda persona tiene bien presente en su cerebro, que han representado malas pasadas. También están los Años Nuevos. El año nuevo de la historia romana, o el de la Edad Media, o el de la Edad Moderna. Y se han vuelto tan presentes que a veces nos sorprendemos a nosotros mismos pensando que la vida en Italia empezó en el año 752, y que 1192 y 1490 son como unas montañas que la humanidad superó de repente para encontrarse en un Nuevo Mundo, para entrar en una nueva vida. Así la fecha se convierte en una molestia, un parapeto que impide ver que la historia sigue desarrollándose siguiendo una misma línea fundamental, sin bruscas paradas, como cuando en el cinematógrafo se rompe la película y se da un intervalo de luz cegadora. Por eso odio el Año Nuevo. Quiero que cada mañana sea para mí Año Nuevo. Cada día quiero echar cuentas conmigo mismo, y renovarme cada día. Ningún día previamente establecido para el descanso. Las paradas las escojo yo mismo, cuando me sienta borracho de vida intensa y quiera sumergirme en la animalidad para regresar con más vigor. Ningún disfraz espiritual. Cada hora de mi vida quisiera que fuera nueva, aunque ligada a las pasadas. Ningún día de jolgorio en verso obligado, colectivo, a compartir con extraños que no me interesan. Porque han festejado los nombres de nuestros abuelos, etc., ¿deberíamos también nosotros querer festejar? Todo esto da náuseas.

"Seul Contre Tous" (Solo Contra Todos)

15 ene 2015

Sampedro: “Las batallas hay que darlas se ganen o se pierdan”




Extractos de esta entrevista a José Luis Sampedro:
“¿Es que la gente está loca? No, está manipulada”.
“No estamos en general educados para pensar”.

“La gente no razona, no piensa. Ahora mismo, frente a unas
elecciones, la gente no piensa”.

“El poder existente, que hoy es el poder económico, domina a
los medios de información, e inculca a la gente las ideas por los medios de información. La gente hoy juzga sobre todo por lo que ve en televisión y por lo que lee en los periódicos (…) y vota según lo que ve y lo que le dicen en televisión, y no piensa para nada en lo que le ocultan”

“En parte, porque no se está preparado para ser verdaderos
ciudadanos conscientes y en parte porque, además de eso, todo a lo largo de nuestra vida ese control del pensamiento propio se mantiene no educándonos, sino condicionándonos a lo largo de la vida, pues claro, resulta que el poder manipula y crea una opinión”

“Lo que llaman opinión pública es una opinión mediática, una
opinión creada por la educación y por los medios. Ambas cosas interesadas en lo que interesa al poder, porque el poder controla la educación y el poder
controla los medios”

“Pero hay que seguir adelante. Las batallas hay que darlas
se ganen o se pierdan; hay que darlas por el hecho mismo de darlas. Porque eso nos cumple, eso nos ratifica”

4 jun 2014

El verbo ser


Conozco la desesperación a grandes rasgos. La desesperación no tiene alas, no se halla necesariamente en una mesa servida en una terraza, en el atardecer, al borde del mar. Es la desesperación y no el regreso de una cantidad de hechos sin importancia como las semillas al caer la noche dejan un surco por otro. No es el musgo sobre una roca o el vaso para beber. Es un barco acribillado por la nieve si queréis, como los pájaros que caen y su sangre no tiene el más mínimo espesor. Conozco la desesperación a grandes rasgos. Una forma muy pequeña delimitada por joyas capilares. Es la desesperación. Un collar de perlas para el cual uno no sabría encontrar un broche y cuya existencia ni se sostiene en un hilo, tal la desesperación. Del resto no hablemos. No hemos terminado de desesperarnos si comenzáramos. Yo, me desespero por la pantalla a las cuatro, me desespero por el abanico a medianoche, me desespero por el cigarrillo de los condenados. Conozco la desesperación a grandes rasgos. La desesperación no tiene corazón, la mano queda siempre en la desesperación sin fuerza, en la desesperación cuyos hielos no nos dicen jamás si murió. Vivo de esta desesperación que me encanta. Amo esta mosca azul que vuela en el cielo a la hora que musitan las estrellas. A grandes rasgos conozco la desesperación, de vastos asombros menudos, la desesperación de la altivez, la desesperación de la cólera. Me levanto cada día como todo el mundo y descanso los brazos sobre un papel floreado, no me acuerdo de nada y siempre es con desesperación como descubro los hermosos árboles desarraigados de la noche. El aire de la habitación es bello como palillos de tambor. Hace un tiempo increíble. Conozco la desesperación a grandes rasgos. Es como el viento de la cortina que me asiste. ¡Se conoce semejante desesperación! ¡Fuego! Oh van a venir de nuevo… ¡Socorro! Helos aquí cayendo por la escalera… Y los anuncios del periódico y los avisos luminosos a lo largo del canal. ¡Montón de arena, vete, especie de montón de arena! En sus grandes rasgos la desesperación no tiene importancia. Es un hacinamiento de árboles que una vez más van a hacer una foresta, es un hacinamiento de estrellas que una vez más van a hacer un día de menos, es un hacinamiento de días que una vez más va a hacer mi vida.

 André Breton.

Una visión de la locura: el caso Breton

Por Ángel Cagigas.

Diferentes corrientes de pensamiento, artísticas e ideológicas han abogado por una visión de la locura como un estado mental propicio para la creación, un estado que posibilita el acceso a un plano alternativo que permite aflorar ciertas aptitudes por lo general constreñidas. Ya en la modernidad los autores del romanticismo, siempre en busca de la inspiración arrebatadora que sume al sujeto en un estado alterado que impele a la creación, son un claro exponente de tal creencia, de hecho tienen a la locura como el fundamento positivo de la normalidad y no como una elaboración secundaria, deficitaria; y más recientemente simbolistas y dadaístas son de la misma opinión. Claro está que todos son conscientes del sufrimiento que causa la locura a quien la padece, pero, como décadas más tarde hará la antipsiquiatría, creen que la culpa de tal sufrimiento es externa, social, de un entorno que no logra asimilar al diferente, al loco.
 
En esta misma línea se sitúa el surrealismo, que entiende la locura como un estado privilegiado cuyo delirio es fuente de placer a la vez que materia prima para la creación artística y defiende su valor lamentando que sea objeto de persecución por los órganos represores de la sociedad: Breton afirma que "todos sabemos que los locos deben su internamiento a un reducido número de actos jurídicamente reprobables, y que, en la ausencia de estos actos, su libertad (la parte visible de su libertad) no sería puesta en tela de juicio"1; y en el tercer número de La révolution surréaliste se publica una carta dirigida a los médicos jefe de los manicomios, escrita por Desnos pero asumida por todo el grupo surrealista, donde se discute el valor de la ciencia psiquiátrica para entender el espíritu humano tachándola de simple mecanismo represor, pues no hay un intento serio de acercamiento al loco, a sus expresiones, a las que califican de jerga ininteligible, de ensalada de palabras: "No admitimos que se obstaculice el libre desarrollo de un delirio, tan legítimo, tan lógico como cualquier otra sucesión de ideas o de actos humanos. La represión de las reacciones antisociales es tan quimérica como inaceptable. Todos los actos individuales son antisociales. Los locos son las víctimas individuales por excelencia de la dictadura social; en nombre de esta individualidad que es lo propio del hombre, exigimos que se libere a estos galeotes de la sensibilidad, pues además no es potestad de las leyes encerrar a todos los hombres que piensan y actúan"2.
 
Y dentro de la locura el surrealismo tiene a la histeria como modelo de toda creación, Breton y Aragon, situándose en un polo de la dicotomía entre la histeria como obstáculo y la histeria asumida y superada en la expresión estética, escriben un texto que se enfrenta al punto de vista médico, denigrando particularmente a Babinski, que sólo sabe ver en la histeria una mera enfermedad dejando a un lado su potencial creativo que le ha hecho mutar a través de los tiempos despistando a los teóricos que han intentado constreñirla en un tipo clínico; en este artículo la definen como el mayor descubrimiento poético de finales del siglo XIX y afirman que "la histeria es un estado mental, más o menos irreducible, que se caracteriza por la subversión de las relaciones que se establecen entre el sujeto y el mundo moral del cual cree depender [...]. Este estado mental se funda en la necesidad de una seducción recíproca que explica los milagros apresuradamente aceptados de la sugestión (o contrasugestión) médica. La histeria no es un fenómeno patológico y a todos los efectos puede considerarse como un medio supremo de expresión"3.
 
Claro está que estas afirmaciones generan la reacción del cuerpo médico, exacerbada por la lectura de las siguientes frases de Nadja: "Yo sé que si estuviera loco, tras llevar internado algunos días, aprovecharía alguna mejoría de mi delirio para asesinar a sangre fría al primero que se pusiera a mi alcance, al médico a poder ser"4; frases intercaladas en un discurso del narrador que cataloga a los manicomios como fábricas de locos, en los que es fácil entrar pero casi imposible salir, más difícil que de un convento, y que denuncia la detestable frecuencia de los internamientos arbitrarios. Tras haber leído la novela y probablemente los artículos mencionados, Abély escribe en Annales médico-psychologiques5 que el estamento médico debería tomar cartas en el asunto y pedir la retirada de la novela al editor además de demandar judicialmente al autor por difamación e incitación al asesinato; y este artículo suscita una reunión de la Société médico-psychologique en la que se pregunta sobre el vínculo existente entre el estado mental de los surrealistas y las características de sus obras, a lo que Janet responde que "las obras de los surrealistas son, ante todo, confesiones de seres obsesos y dubitativos"6. A estas reacciones Breton responde en un artículo en el que proclama la necesidad de "alzarnos contra el insoportable, contra el creciente abuso de poder de cierta gente que cada vez consideramos menos médicos y más carceleros y, sobre todo, abastecedores de prisiones y cadalsos"7, cerrando así por su parte un asunto que se había abierto años antes en el Congreso Internacional de Psiquiatría que tuvo lugar en Blois, en 1927, y donde en su sesión inaugural Georges Raviat pronunció una conferencia titulada La noción de responsabilidad en la práctica médica en la que arremetía contra periodistas y magistrados que osaban conculcar su derecho inalienable a disponer de la libertad de quienes estaban a su cargo.
 
Todo este interés por la locura, y particularmente por la histeria, no es algo extravagante o arbitrario para los integrantes del movimiento surrealista sino fundamental pues sus autores trabajan con los automatismos psíquicos y la histeria es la expresión física de un automatismo psíquico, y por eso la entienden como un mecanismo expresivo más del ser humano que ante la decepción, la frustración, la agresión o el sufrimiento elige una sintomatología para hacerse escuchar, a pesar de que a veces le pueda conducir al desequilibrio, a la disociación mental o incluso a la muerte. Esto nos remite a la famosa frase con la que Breton acaba su Nadja: "La belleza será CONVULSIVA o no será"8, que se retrotrae así a lo histérico convulso, es decir, a esa capacidad de la histeria para subvertir el orden imperante pues para él, como surrealista, la histeria, a la que separa de otras especies de locura, es un lenguaje, una forma de expresión, un trabajo poético cuya forma subversiva pone en solfa las formas literarias y artísticas admitidas para sacar a la luz un nuevo universo formal.
 
Claro que no todos los hombres caen en la locura, y menos de una forma premeditada, pero sí soñamos todos y el sueño puede entenderse como una especie de locura transitoria, configurándose así como un mecanismo para acceder a un espacio privilegiado. Lo que Breton busca con el surrealismo, tal como lo expone en su primer Manifiesto, es superar la aparente contradicción entre el estado del sueño y el de la vigilia elaborando un nuevo estado, una especie de realidad absoluta, es decir, una superrealidad. Nunca deja de estar convencido de que ha de existir cierto punto en el espíritu desde el cual vida y muerte, real e imaginario, pasado y futuro, sensación y representación, razón y locura, dejen de percibirse como contradicciones, como dicotomías que entorpecen el pensamiento.
El surrealismo mismo se define como "un automatismo puro que se propone expresar, de forma verbal o de cualquier otra, el funcionamiento real del pensamiento. Es un dictado del pensamiento, sin la intervención reguladora de la razón, ajeno a toda preocupación estética o moral"9. En este sentido el pintor ostenta una libertad absoluta para dejar que el pincel se mueva por la tela y haga surgir así formas provenientes directamente de lo inconsciente, y una técnica análoga en el campo literario es la escritura automática, en la que sin ningún guión preconcebido se deja correr la pluma por el papel escribiendo lo primero que venga a la mente, sin censuras de tipo alguno. En esta técnica tan apreciada se observa claramente la influencia del psicoanálisis pues es un trasunto de la asociación libre en que se basa el método freudiano como mecanismo para recoger elementos que servirán para construir la llamada novela psicoanalítica.
 
De hecho, en el movimiento surrealista se aprecia la huella del psicoanálisis por todas partes pues sus conceptos suponen una mina: Edipo, el simbolismo sexual y la interpretación de los sueños son fuente de inspiración. Por otro lado, el mismo Breton, que estudia medicina aunque sin llegar a licenciarse, recurre al psicoanálisis para entender a los soldados traumatizados internados en el hospital de Nantes al que le destinan en la I Guerra Mundial, siendo testigo de ataques histéricos en los convalecientes, condenados a revivir los horrores de las trincheras en terribles pesadillas o torturados por la visión de ciertos objetos que les provocan miedos indecibles; tal experiencia le empuja a visitar la Salpêtrière en 1917 convirtiéndose en asistente temporal de Babinski, y posiblemente esa experiencia que le permite apreciar de primera mano el estado de abandono psicológico en el que las instituciones médicas dejan a los soldados afectados por neurosis de guerra le hace aborrecer tanto la guerra misma como estas instituciones. Y hay que recordar que no sólo Breton tiene una formación médica sino también muchos otros integrantes del movimiento surrealista, como Aragon, Boiffard, Ernst o Naville, y muchos de ellos se psicoanalizan, como Crevel, Queneau, Artaud, Leiris o Bataille; y las teorías psicológicas que de esta manera van asimilando las aplican a sus actividades.
Pero el automatismo, central en el surrealismo, es simplemente un mecanismo y a los mismos surrealistas sólo les interesa como puerta de entrada a los mecanismos profundos de la mente; además muchas veces se trata de un automatismo un tanto dirigido, y los productos surrealistas en multitud de ocasiones no están en consonancia con el criterio estético de sus autores ni de sus correligionarios, por lo que el asunto de que se trata se dirime en otro campo. No tiene tanto que ver con exprimir la capacidad de asociación libre del autor para evacuar elementos que conformen una obra más o menos sorprendente, extravagante o audaz, sino que lo importante es darse cuenta de que como Breton mismo afirma se trabaja con la materia prima del lenguaje: "¿De qué se trataba pues? Nada menos que de volver a descubrir el secreto de una lengua cuyos elementos dejaran de comportarse como restos de naufragio en la superficie de un mar muerto. Para ello era necesario sustraer el lenguaje al uso de día en día más utilitario que se le daba, lo cual constituía el único medio de emancipar las palabras y de devolverles toda su fuerza"10. Desde el momento en que se toma conciencia de esto, de que todos tenemos la llave del depósito en el que guardamos los secretos de la lengua, cualquier procedimiento es secundario pues cualquiera nos puede servir para expresarnos.
 
No puedo abandonar este asunto sin precisar que para la mayoría de sus artífices, el movimiento, sus técnicas, sus obras e incluso esa conciencia de la fuerza del lenguaje que poseemos no son nada más que la herramienta necesaria para revolucionar los espíritus, una especie de carga de profundidad que penetra en nuestra mente y nos induce más tarde o más temprano a abandonar este mundo burócrata y ruin por otro. De hecho en su Segundo manifiesto Breton llama a las armas: "Todo está aún por hacer, todos los medios son buenos para aniquilar las ideas de familia, patria y religión. [...]. Y como sea que del grado de resistencia que esta idea superior [la surrealista] encuentre depende el avance más o menos seguro del espíritu hacia un mundo que, al fin, resulte habitable es comprensible que el surrealismo no tema adoptar el dogma de la rebelión absoluta, de la insumisión total, del sabotaje en toda regla, y que tenga sus esperanzas puestas únicamente en la violencia. El acto surrealista más puro consiste en bajar a la calle, revólver en mano, y disparar al azar, mientras a uno le dejen, contra la multitud. Quien no haya tenido, por lo menos una vez, el deseo de acabar de esta manera con el despreciable sistema de envilecimiento y cretinización imperante, merece un sitio entre la multitud, merece tener el vientre a tiro de revólver"11. Tal diatriba la dirige Breton a los jóvenes, los puros, los únicos que pueden enarbolar con éxito esa bandera de la liberación del pensamiento, y será ensalzada por Benjamin al recordar que, desde Bakunin, Europa carece de un concepto radical de libertad y que los surrealistas son los primeros en destruir el ideal liberal-moral-humanista convencidos de que es posible una libertad que comprada a un alto precio se pueda disfrutar sin restricciones, sin cálculos programáticos.


1 BRETON, A. (1924), "Manifiesto del surrealismo", en Manifiestos del surrealismo, Madrid, Visor, 2002.
2 "Lettre aux médecins-chefs des asiles de fous", La révolution surréaliste, 3, 1925.
3 BRETON, A.; ARAGON, L., "Le cinquantenaire de l'hystérie (1878-1928)", La révolution surréaliste, 11, 1928.
4 BRETON, A. (1928), Nadja, Madrid, Cátedra, 2000.
5 ABÉLY, P., "Légitime défense", Annales médico-psychologiques, 1929.
6 Cit. en BRETON, A. (1930), "Segundo manifiesto del surrealismo", en Manifiestos del surrealismo, Madrid, Visor, 2002.
7 BRETON, A., "La médecine mental devant le surréalisme", Le surréalisme au service de la révolution, 2, 1930.
8 BRETON, A. (1928), Nadja, Madrid, Cátedra, 2000.
9 BRETON, A. (1924), "Manifiesto del surrealismo", en Manifiestos del surrealismo, Madrid, Visor, 2002.
10 BRETON, A. (1953), "El surrealismo en sus obras vivas", en Manifiestos del surrealismo, Madrid, Visor, 2002.
11 BRETON, A. (1930), "Segundo manifiesto del surrealismo", en Manifiestos del surrealismo, Madrid, Visor, 2002

El Surrealismo - El Umbral de la Libertad

Podría definirse al Surrealismo como el automatismo psíquico puro a través del cual nos proponemos expresar, ya sea verbalmente, por escrito, o de cualquier otro modo, el funcionamiento real del pensamiento, con total libertad.
 
Para el surrealismo -el movimiento artístico más importante entre la Primera y la Segunda Guerra Mundial-, el enemigo principal que había que combatir era la razón. Su finalidad trascendía al arte: apuntaba a transformar la vida a través de la liberación de la mente. Apelando al poder del subconsciente, el automatismo psíquico, la vida onírica e incluso la locura, el surrealismo exploró las profundidades del espíritu humano. Desde cualquier punto de vista, el surrealismo intentó ser una revolución.

 
Su objetivo principal es descubrir las zonas ocultas de la realidad liberándose el individuo de las ataduras racionales, estéticas y morales, así éste puede manifestarse tal como es; de ahí la gran importancia a los sueños ya que en ellos afloran libremente las fantasías y los deseos ocultos en el subconsciente.


  El surrealismo es una forma positiva que tiene más objetivos de construir algo en comparación con la propuesta destructiva del dadaísmo, y no va en contra de la belleza. Dentro de la idea de creación del surrealismo nos encontramos con la intención de hacer presente el inconsciente en su manera más pura, sin pensamientos lógicos de por medio.