Sebastián Pagani, un joven director de cine un poco
arrogante, regresa tras una larga ausencia a Chacabuco, su ciudad natal. Planea
rodar allí su primer largo, basado en un cuento de Haroldo Conti, el escritor
también oriundo de ese pueblo y asesinado por la dictadura. Este propósito
original se modifica por una abrupta reaparición de su pasado: un amigo de su
juventud acaba de suicidarse en circunstancias no muy claras. Mientras aprende
un trabajo artesanal necesario para el futuro film, Pagani va conociendo
detalles sobre esa muerte que sólo multiplican los enigmas. Poco a poco,
comienza a dudar de su proyecto y de sus certezas, para involucrarse cada vez
más en una investigación sobre los últimos días del suicida. Sobre el final,
ambas inquietudes confluirán de manera inesperada para hacer de OTRA VUELTA un
film sobre las fragilidades de la memoria y la identidad. (FILMAFFINITY)
El argentino errante
por Marcos Vieytes
Le gustan películas que "son de acá y de afuera al mismo tiempo": las que
entre París y Buenos Aires han hecho Hugo Santiago, Edgardo Cozarinsky
y
Eduardo de Gregorio. "Creo que ahí hay una tradición a explorar".
Clarín,
16/02/05.
¿Cuál es la patria de un artista? ¿La infancia, su obra, la
huella de su obra en los otros, una determinada tradición estética? ¿Y la
patria de un artista expatriado? Los tres directores que menciona Palavecino en
el acápite son tres artistas exiliados, menos por razones de militancia
política que por su condición de artistas. Pero Cozarinsky, Santiago y De
Gregorio también son los ejemplos tomados por David Oubiña, en su ensayo En
tierra desolada, para hablar del cine del exilio, entendido este último término
como categoría ontológica más que como circunstancia geográfica. Según él, las
coordenadas de esa patria fílmica que a Palavecino le interesa explorar son
tres: extranjería, pérdida y deriva.
EXTRANJERÍA. Cuando el protagonista de Otra vuelta -también
director de cine- regresa del exterior -todo el mundo que no es Chacabuco- a su
ciudad natal, para filmar una película, encuentra que ya nada es como era, vale
decir que él ya no es quien era. Si el exilio es el paso del tiempo y más que
un desplazamiento geográfico consiste, ante todo, en un transcurrir, no es
estar en otro lado, sino ser otro. Los objetos de una ciudad que se quedó en el
tiempo -el Ford A con telarañas, la mecedora del tío, el respaldo de la cama,
la guillotina- son ostensiblemente anacrónicos y no hacen más que revelar el
desuso y el deterioro, pero también el ostracismo de sus dueños. Sebastián le
dice a María que filmó un recital de David Bowie y ese sólo nombre, dicho en la
cocina de una casa de campo, extraña al oído del espectador, porque delata un
defasaje espaciotemporal digno de una película de ciencia ficción. Es en este
último sentido en el que Otra vuelta es decididamente original. Su lenguaje
puede remitir al de Godard (los intrusivos cortes visuales y sonoros que nos
obligan a recordar la presencia del director), a Bergman (la entrada al teatro,
el ensayo, la chica en el cementerio) o a Tarkovski (el lirismo un tanto cursi
con caballos y todo), pero no tiene parentesco con la tradición oficial del
cine argentino ni con sus nuevas tendencias, poco menos que ancladas en el
realismo.
PÉRDIDA. La vuelta de Sebastián también tiene que ver con la
muerte de Martín, el amigo de juventud -escritor y director teatral- que a
diferencia de él se quedó en Chacabuco, porque no se animó a conquistar
(traicionándola) esa región geográfica, temporal y ontológica de libertad y
acabó por suicidarse. La muerte de Martín, la pérdida, es, entonces, casi una
donación, un gesto sacrificial del artista (el combustible que Sebastián usa
para los fuegos artificiales), un momento de su ascesis. Sebastián se dedicó a
filmar y estuvo dispuesto a pagar el precio de hacerlo: su desarraigo, su
extranjería, el alejamiento de su patria natal, la pérdida de los amigos de
juventud, del paisaje reconocible de la infancia. Pero decidió hacerlo,
justamente, para conservarlos. Porque sólo se puede filmar (escribir) sobre
aquello que se vuelve una obsesión, pues ya se ha extraviado definitivamente.
Se me ocurre pensar que Palavecino, cuando filma, también pretende conquistar
una patria propia, descubrir la fisonomía verdadera de su rostro artístico.
Entonces, la deriva argumental de Otra vuelta y su heterogénea multiplicidad de
influencias serían evidencia de esa búsqueda.
DERIVA. Ir y venir, dar vueltas, no asentarse en un mismo
sitio durante mucho tiempo, deambular, son todos síntomas de una incurable
extrañeza propia del exiliado, del paria sin patria, del
solitario. Lo acechan la posibilidad renovada de la aventura y el riesgo de la
indefinición. Palavecino escoge filmar sobre el no lugar de la deriva y esa
decisión es signo de lo mucho que tiene por decir y de lo consciente que está
de los peligros que corre. No haber podido evitar algunos de ellos -la suma de
citas, el tedio, ciertos gestos ampulosos- no es grave tratándose de la ópera
prima de un director en busca de su tradición. Para terminar, o tal vez recién
para empezar, me pregunto cuál es la patria del crítico (cinematográfico).
¿La(s imágenes) de los otros? ¿La (escritura) propia? ¿Qué es lo propio: lo
ajeno? Sólo librándose de la propia lengua sería posible hallar una lengua
propia. Claro que esto sólo es posible como paradoja y, por lo tanto, esa
búsqueda reclama una desmarcación permanente.
Título original: Otra
vuelta
Año: 2005
País: Argentina
Género: Drama
Dirección: Santiago
Palavecino
Guión: Santiago
Palavecino
Duración: 75 min
Reparto:
José Ignacio Marsiletti, Valentina Bassi, Roberto Carnaghi,
Federico Esquerro, Martín Kohan, Simón Marsiletti, Nazarena Smit
Datos del archivo:
Idioma: Español con subs en inglés (srt)
Calidad: DVDRip
Resolución: 640x368
Formato: AVI
Tamaño: 882 MB
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