El homo normalis difiere del esquizofrénico sólo en que estas funciones están ordenadas en otra forma. Es un comerciante o empleado o profesional bien adaptado, “consciente de la sociedad” durante el día; superficialmente, se le ve ordenado. Vive sus impulsos secundarios, perversos, cuando abandona su hogar y su oficina para visitar alguna ciudad alejada, en ocasionales orgías de sadismo o promiscuidad. Esta es la “capa intermedia” de su existencia, clara y definidamente separada del estrato superficial. Cree en la existencia de un poder sobrenatural personal y en su opuesto, el diablo y el infierno, en un tercer grupo de experiencias también clara y definidamente delineadas respecto de las otras dos. Estos tres grupos básicos no se mezclan entre sí.
El homo normalis no cree en Dios cuando concierta algún negocio particularmente hábil, hecho que los sacerdotes califican de “pecaminoso” en sus sermones dominicales. El homo normalis no cree en el diablo cuando fomenta alguna causa científica; carece de perversiones cuando es el apoyo de su familia; y olvida a mujer e hijos cuando deja en libertad al diablo en un burdel. Existen psiquiatras que refutan la veracidad de esos hechos. Otros no los refutan, pero dicen que “así son las cosas”; que este tipo de clara separación entre el infierno diabólico y el estrato social es sólo para bien y hace a la seguridad del funcionamiento social. Pero el auténtico creyente en el verdadero Jesús podría oponerse a esto. Podría decir que el dominio del diablo debe ser aniquilado y no dejarlo a un lado aquí sólo para permitirle aparecer más allá. Otra mentalidad ética podría objetar a esto que la verdadera virtud no se muestra en la ausencia del vicio, sino en la resistencia a las tentaciones del diablo. No deseo tomar parte en esta controversia. Creo que, otra vez dentro de este marco de pensamiento y de vivir, cada uno de los bandos puede jactarse de alguna verdad. Queremos permanecer fuera de este círculo vicioso a fin de comprender al diablo tal como aparece en la vida diaria y en el mundo del esquizofrénico.
Lo cierto es que el esquizofrénico, en general, es mucho más honesto que el homo normalis, si aceptamos la derechura de expresión como indicio de honestidad. Todo buen psiquiatra sabe que el esquizofrénico es honesto hasta el punto de la molestia. También es lo que comúnmente se llama “profundo”, es decir, está en contacto con los acontecimientos. La persona esquizoide ve a través de la hipocresía, y no la oculta. Posee una excelente aprehensión de las realidades emocionales, en marcado contraste con el homo normalis. Subrayo estas características esquizofrénicas a fin de que resulte comprensible por qué el homo normalis odia tanto la mentalidad esquizoide. La validez objetiva de esta superioridad del juicio esquizoideo se manifiesta en forma bien práctica. Cuando deseamos llegar a la verdad de los hechos sociales, estudiamos a Ibsen o a Nietzsche (ambos “enloquecieron”), y no los escritos de algún diplomático bien adaptado o las resoluciones de los congresos del partido, comunista. Encontramos el carácter ondulatorio y el azul de la energía orgónica en las maravillosas pinturas de Van Gogh, y no en ninguno de sus bien adaptados contemporáneos. Encontramos las características esenciales del carácter genital en los cuadros de Gauguin, y no en pintura alguna del homo normalis. Tanto Van Gogh como Gauguin terminaron psicóticos. Y cuando deseamos aprender algo acerca de las emociones humanas y de las experiencias humanas profundas, recurrimos como biopsiquiatras al esquizofrénico, y no al homo normalis. Ello se debe a que el primero nos dice con franqueza lo que piensa y lo que siente, mientras el homo normalis nada nos dice y nos obliga a excavar años enteros antes de sentirse dispuesto a mostrar su estructura interna. Por consiguiente, mi afirmación de que el esquizofrénico es más honesto que el horno normalis parece correcta. Al parecer se trata de un estado de cosas bien tristes. Debiera ser a la inversa. Si el homo normalis es realmente tan normal como lo pretende; si sostiene que la autorrealización y la verdad son las metas más elevadas del bien individual y de la vida social, debiera ser mucho más capaz que el “loco” y más dispuesto a manifestarse a sí mismo y a su médico. Debe haber algo básicamente erróneo en la estructura del homo normalis. si es tan difícil obtener de él la verdad. Declarar, como lo hacen los psicoanalistas bien adaptados, que es como debe ser porque de otra manera le sería imposible resistir el impacto de todas sus emociones, equivaldría a una completa resignación respecto al mejoramiento del destino humano. No podemos basar un mejoramiento de las condiciones en el conocimiento más amplio del alma humana y, al mismo tiempo, defender su resistencia a manifestarse a sí mismo. Una cosa o la otra: o bien continuamos ampliando el alcance de nuestro conocimiento del hombre, y entonces debemos condenar la actitud evasiva general del homo normalis, o bien defendemos esta actitud y debemos renunciar a la tarea de comprender la mentalidad humana. No existe otra posibilidad. Fin
Fuente: Wilhelm Reich. Análisis del caracter. Paidos, 1957.
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