La locura siempre ha sido un tema importante dentro de la
literatura. Sin embargo, las visiones que de ella se han tenido a lo largo de
la historia han ido cambiando con el tiempo y de acuerdo a los paradigmas
sociales.
De la misma manera en que han cambiado las explicaciones que
se tienen de este fenómeno, han cambiado también las representaciones de la
figura del loco. La sabiduría popular ha dado por sentado que la locura, como
enfermedad de la psique, se refleja en la apariencia del individuo; esta opinión
fue reforzada también por las obras de artistas y escritores a lo largo de
varios siglos en occidente. Tanto en los chistes como en el escenario teatral,
normalmente se representa a los locos como individuos extraños y desaliñados.Antigüedad
Habrá que distinguir, en primer término, los tópicos relacionados a la locura con las representaciones de la figura del loco que se manejaron en las distintas épocas. Para entender el concepto de la locura en la Grecia Antigua, es preciso recuperar el concepto de pathos como todo aquello que siente o experimenta en el alma sensible: la tristeza, la pasión, pero también enfermedades que se consideraban padecimientos ligados a la psyché.
No es gratuito que, en un principio, la filosofía se
propusiera como una vía o ejercicio espiritual para desprenderse, por medio de
la razón, de las pasiones del alma humana. Hace falta considerar el temor del
hombre por incurrir en el estado de la hybris o desmesura, pues las corrientes
del pensamiento estoicista que se mantuvieron en boga en el período que va de
los siglos III a. C. hasta finales del siglo II d. C., hizo que la idea del
“camino medio” fuera uno de los valores culturalmente más apreciados. De manera
paradójica, esta búsqueda por la mesura a partir de ciertas actitudes o
ejercicios espirituales convivía con las creencias de que el hombre y su
destino estaban controlados por los dioses. En este contexto, la locura,
asociada a los excesos, abusos, a la violencia y al libertinaje, estaba
atrapada en una dicotomía: era temida y rechazada pero, al mismo tiempo,
admirada, pues se asociaban los comportamientos irracionales con la injerencia
de lo divino en la vida humana.
La medicina griega clasificó en cuatro las manías, asociando
a cada un dios: a Apolo correspondía la locura profética; a Dionisio la telesiaca o
ritual. Por otro lado, las Musas estaban relacionadas con la creación poética,
y Afrodita con la manía erótica.
Conforme las acciones de los hombres comenzaron a adquirir
más relevancia en el plano individual, se fueron sucediendo una serie de
cambios que algunos estudiosos han designado como el nacimiento de “la cultura
de la culpabilidad”, que liberó a la divinidad de cualquier responsabilidad en
los patrones de conducta humanos. En este sentido, la aportación católica del
libre albedrío permitió que surgieran nuevas actitudes respecto de las
enfermedades en general, que dejaron de asociarse a la influencia, como en el
caso griego, de un dios o de un daimon oscuro que causaba la locura.
En cuanto a las representaciones concretas de figuras de la
locura, dentro de las deidades asociadas a los padecimientos mentales tenemos
las Erinias, Dioniso, Afrodita, Ares, Eros, Lisa, Hera y Atenea. Entre los
personajes locos de la tragedia griega se encuentran Casandra, Orestes e Ío.
Mundo al revés (Edad Media)
La literatura de la Edad Media exploró un tópico que está
asociado fuertemente con la locura: el “tópico del mundo al revés”, que tiene
origen en un recuso formal de la Antigüedad clásica que consistía en la
enumeración de cosas imposibles. Propios de este tópico son imágenes que
exploran la categoría de lo irracional: ciegos que conducen a ciegos, bueyes
danzantes, aves que vuelan sin alas y padres de la iglesia que se encuentran en
la taberna.
En la Edad Media cristiana, se consideraba a la locura como
producto de los pactos con el diablo. Su representación, por ende, se centró
alrededor de la figura de las brujas, vistas como personajes controlados por
las fuerzas del mal. Dentro de esta visión, la persona loca era culpable de sus
padecimientos mentales gracias a una supuesta debilidad moral.
Renacimiento y
BarrocoEl tópico del mundo al revés tuvo vigencia desde la temprana Edad Media con los Carmina burana hasta el Barroco con Quevedo como su principal exponente.
Para el Siglo XVI ya se comienzan a expresar dudas sobre las
causas sobrenaturales de la locura y se perfila la idea de que esta era de
origen físico y no un padecimiento del alma. La teoría de los humores tuvo
amplia vigencia durante el Renacimiento y el Barroco, donde se dan, a la par de
los descubrimientos médicos, las primeras exploraciones físicas de este
fenómeno.
De manera paralela, se explotó a la figura del loco como
personaje: Erasmo de Rotterdam le dio voz a la Dama Locura, convirtiendo su obra en
una especie de sátira moral mediante la cual argumenta que la locura es una
suerte de castigo del saber para quienes creen saber. Por otra parte,
la literatura hispánica ha dado notables ejemplos con El cuerdo loco de Lope de
Vega, El licenciado vidriera de Miguel de Cervantes, y, por supuesto, el
Quijote.
Mundo Moderno
El autocontrol era considerado como antídoto de la demencia
dentro del hospital psiquiátrico de Bedlam en Londres para poder discernir a
los internos de los visitantes. Thomas Tyron señala que “el mundo no es sino un Bedlam en
el que los que están más locos encierran a los que lo están menos”.
Los poetas románticos adoraron la imaginación como la
empresa humana más noble. William Blake denunció el modelo empirista de la
mente, identificado con la filosofía de Locke, como una burda visión
mecanicista y afirmó que “el arte es el
árbol de la vida”.
La vanguardia, especialmente en el París de Flaubert,
Baudelaire, Verlaine y Rimbaud, sostuvo que el verdadero arte, por oposición al
buen gusto que favorecía la burguesía, surgía de lo mórbido y lo patológico: la
enfermedad y el sufrimiento encendían y liberaban el espíritu, a veces con
ayuda del hachís, el opio y el ajenjo; las obras de la genialidad, pues, se
forjaban en la fragua del dolor.
A su modo, Freud también perpetuó esta estigmatización
finisecular al considerar el arte como
hijo de la neurosis, cosa que inspiró en Virginia Woolf desconfianza acerca
de los propósitos freudianos: el psicoanálisis, en caso de funcionar, sería la
muerte del novelista.
Los colapsos nerviosos –a veces seguidos de suicidio– de
creadores literarios alimentaron aún más el debate sobre la relación entre genio
y locura. Woolf declaró: “como experiencia puedo asegurarles que la
locura es extraordinaria y no debe ser despreciada; en medio de su lava aún
puedo encontrar la mayor parte de las cosas de las que escribo, ésta explota de
un todo que tiene forma acabada y no en meros fragmentos como ocurre con la
cordura.”
En épocas más recientes y quizá como un resultado irónico o
una corriente retrógrada del movimiento de liberación femenina que cobró bríos
a partir de la segunda mitad del siglo XIX, las mujeres llegaron a dominar los
estereotipos culturales de los trastornos mentales y, por consiguiente, ellas
han sido quienes reciben en mucha mayor proporción los tratamientos mentales
tanto en las instituciones de custodia como fuera de ellas.
Las novelas autobiográficas de Mary Wollstonecraft
fomentaron la imagen gótica de un loco y/o una heroína víctima; la ficción
sentimental hizo popular la figura de Ofelia: la joven decepcionada del amor y
condenada a sufrir un colapso histérico seguido por una muerte prematura y
exquisita; asimismo, la maníaca se volvió una figura prominente con Bertha
Mason.
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