4 jun 2013

Richard Kern: La repulsión de lo bello



Mi cinefilia tiene una inclinación extraña hacia las manifestaciones extremas. Ello me hace preguntarme insistentemente qué tanto me molesta de los lugares comunes, contra los cuales, por demás, no hago perenne escarnio. Más bien, sufro de una suerte de tendencia autodestructiva que sublimo cuando me expongo al cine en tanto que experiencia física y emocional de choque, sacudida de lo tenido por seguro en mí mismo. El esteticismo y el regusto por la complicidad de las ideas sugeridas a través de la imagen me importan menos que su trabajo de demolición de mis nociones.
Un caso: Richard Kern (1954) sabía que el sexo era el escenario preferido de lo elusivo. Siendo como es un fenómeno tan decisivo en la vida humana, tan determinante en sus motivaciones, resulta paradójico que se le obvie siempre en las historias personales y que su presencia en la esfera pública sufra toda clase de mediaciones. Kern lo descubrió a través de su contexto: Reagan y la jubilosa ideología falocéntrica del cowboy, las fuerzas duras de los neocons haciendo olas en defensa de la familia, los valores tradicionales y el patrioterismo redivivo después del slump post Viet Nam.

Mientras que Nick Zedd armaba en los propios 80 su alharaca a través del Manifiesto del Cine de la Transgresión y adoptaba una actitud autopromocional que servía de revulsivo extra de cara a su habitual crítica de las instituciones (la moral social, las buenas costumbres, el matrimonio, la pareja e incluso el sexo, además del propio cine), Kern descubrió que lo único que nos hacía semejantes, idénticos más bien, es la esfera de lo físico. En tanto que análogo entre los hombres, es además el medio ideal para el disenso.

El campo de trabajo de Kern se fundó entonces en recargar de fisicalidad el cine. Tras inaugurar con Zedd una temible pareja, que acabó en desavenencias mutuas y en acusaciones de traición de este último (y cuyas expresiones más limpias son Woman at the Wheel (1985) y, sobre todo, You Killed Me First (1985), Kern se enfrascó en la realización de películas que explotaron el ángulo perverso de lo físico. Orquestadas como pasarela orgiástica que singulariza y toma en cuenta esa cuarta pared desde la cual miramos, entre turbados y ansiosos por ver más, el desfile de cuerpos hermosos, su reclamo de atención se transforma siempre en perversa escenificación de la violencia, la muerte, el dolor. El látex envolvente de las chicas de Submit to me, los cuerpos contorneados y los voluptuosos movimientos ceden paso al asesinato mutuo, simultáneo, mientras el rostro angélico de una adolescente se desgarra en explosión de rabia y dolor. Las chicas de The Bitches, por otro lado, ejecutan la seducción del joven andrógino para finalmente poseerlo travestidas como varones, para penetrarlo y dominarlo en una sesión sexual que, además de escenificación de la transgresión de los sexos, funciona como exacerbación del sistema de dominación oculto tras los roles de género.

Los cuerpos son casi la única materia de las películas de Kern. Cuerpos agredidos o agresores. El reclamo de que reconozcamos esa condición material de nuestra propia arquitectura está en pantalla, subrayado en las secuencias en que una de esas mujeres u hombres se masturba ante la cámara, improvisa un baile erotizado para su objetivo, para nosotros. Son mujeres hermosas siempre, y hombres lascivos. Cautivo nuestro Eros, Kern procede a exhibir el suicidio de una de esas figuras, frente a cámara. Sabe lo que significa el compromiso con el campo espectatorial, esa complicidad del que mira al tiempo que es mirado. Pero entonces la sinfonía de placer se troca en batahola de muerte, tortura, desmembramiento, suplicio. El cuerpo como escenario común de felicidad y angustia. Los extremos tan próximos de vida y muerte, goce y dolor. La corporalidad como territorialidad común, la única que nos aproxima.

De ahí que, después de padecer con fruición ese cine suyo, reunido en el volumen The Hardcore Collection, sea una sorpresa encontrar a Kern dedicado por entero a la fotografía. La edición digital del diario The Austin Chronicle reportaba a fines de 2004 una exhibición de las películas de Kern en un artículo titulado “Trascendiendo la transgresión” Richard Kern abandona la histeria por lo erótico”. Según el reportero, la oscura fama del artista es cosa del pasado, pues en estos días es mejor conocido como autor de fotos del eros femenino (reunidas en siete volúmenes), entre las cuales resalta New York Girls. Kern viajó a Austin con el propósito de obtener modelos para nuevas sesiones de fotografías.

“Es divertido fotografiar en sitios diferentes. Acabo de regresar de Polonia, donde fotografié a cinco chicas durante cinco días. Estar en un sitio diferente lo hace parecer diferente, divertido.” De su nuevo libro de fotos, Soft, adelanta que “hay muchas chicas reposando en camas, sentadas en bañeras. También trabajo en el siguiente libro, que es todo acerca del voyeurismo y eso es lo que voy a trabajar en Texas, la cosa voyeurística.”
Kern reconoce que filma a las modelos mientras hace sus sesiones de fotos, pero dice no saber nada de la existencia o no de remanentes del cine de la transgresión de los 80. “La gente me envía películas todo el tiempo. A veces las veo, pero siento como si estuviera allá en los 80 haciendo la misma cosa. Te haces viejo y no estás interesado en seguir en lo mismo como lo estuviste cuando eras más joven. Pero la escena debe seguir existiendo en alguna parte allá afuera. Esos cineastas tienen que empezar en algún lugar.”

Cuando en tiempos de angustia y desesperación la gente se refugia en el sexo, los poderes tratan de cooptar esos impulsos, de someterlos a canales de control invisibles, a través del reforzamiento de lo ideológico. El poder intenta ocupar el espacio del cuerpo con palabras. Es decir, del lenguaje, de los signos: vacío. Un extremo sería Sade como patología. Otro, Kern como cura en salud de la mentira.

Dean Luis Reyes

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